Reproducimos la crónica que la Revista Rolling Stone edición argentina hiciera sobre el concierto de Paul McCartney en Uruguay el 15 de abril de 2012.
Muy certera crónica de una noche que fue mágica. Y no agregamos nada más.
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Paul McCartney: el primer beatle en Uruguay
El cantante se presentó por primera vez en el país vecino, en el Centenario de Montevideo; crónica de otra noche inolvidable junto a la leyenda británica
Desde hace siglos, al caer la tarde del domingo, el borocotó
de los tambores resuena en Montevideo. Las comparsas que desfilan por
la Calle Isla de Flores marcan la identidad musical de la ciudad. El
candombe, ritmo heredado de los negros africanos traficados como
esclavos, es también una cultura, una tradición, una entidad que
sobrevive al paso del tiempo en un trance hipnótico y percusivo.
A mediados de los 60, los discos de los Beatles
provocaron una revolución en todo el mundo, pero lo que ocurrió en
Montevideo merece especial atención. Hugo y Osvaldo Fattoruso, junto a
Pelín Capobianco y Caio Vila, fundaron Los Shakers, un grupo que nació a
imagen y semejanza de los Beatles, pero que pronto desarrolló una
personalidad propia y una búsqueda inventiva en paralelo a la carrera de
los Fab Four. Pero, además, de la fusión entre esa cultura musical
dominante y el sonido ancestral de los tambores, nació el candombe-beat.
Eduardo Mateo, Rubén Rada, Walter Cambón, Luis Sosa, Chichito Cabral,
Urbano Moraes y el Lobito Lagarde, montaron, con su música, los
cimientos del rock uruguayo bajo la perspectiva de un regionalismo
crítico.
La marcada influencia que el grupo de Liverpool
ejerció sobre los músicos mencionados, y también sobre los artistas más
populares y talentosos del Uruguay como Jaime Roos, Fernando Cabrera,
Eduardo Darnauchans, los hermanos Diego, Daniel y Jorge Drexler, (entre
muchísimos otros, claro), transforman a Montevideo en la ciudad más
beatle de Latinoamérica. Y sobre esa perspectiva debemos entender,
entonces, la importancia social, histórica y musical que tiene este
concierto de Paul McCartney, el primer beatle que toca en Uruguay.
En un guiño del destino, Macca debuta en Montevideo a
la hora del candombe. Y es seguro, entonces, que en varias esquinas las
melodías de Paul se (con)fundan en un abrazo metafísico con el borocotó
de los tambores y, en un hechizo de realismo mágico, esa fusión que
iniciaron Rada y Mateo hace casi medio siglo se corporice esta noche en
un encuentro casual, misterioso, irresistible.
[...]
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Es imposible desligar a cualquier análisis del show
de Macca en el Centenario de su perspectiva histórica y emotiva. [...] Lo llamativo es que el
propio Paul, en su alegre transitar por esta vida con ese aire zen,
mezcla de simpática impunidad con eterna adolescencia que le otorga ser
un ex beatle, parece consciente de lo que representa este recital. Y
parece decidido a imprimirle un tono épico a la velada, cuando informa
que es la primera vez que tocan "The Night Before" (el clásico de Help,
1965) en Sudamérica. O cuando anuncia el estreno del flamante videoclip
de "My Valentine", protagonizado por Natalie Portman y Johnny Depp. La
canción, dedicada a su esposa Nancy, editada en el también flamante Kisses on the Bottom
(2012) está en consonancia con los standards de jazz que integran el
álbum, y tiene un aura de belleza, romanticismo y melancolía (en la
senda de "Nature Boy"), que la transforma en un clásico instantáneo.
A pesar de que la estructura del show es similar a la
del que ofreció en Buenos Aires a fines de 2010 (un recorrido por
emblemáticas canciones de los Beatles, de Wings y de sus discos como
solista, The Fireman incluido), es imposible que ver a Sir Paul no sea
una experiencia trascendental y movilizante. Ese tipo que está parado
con elegancia británica enmarcada en su chaqueta azul y con su clásico
bajo Höfner al cuello, es una de las personalidades unánimemente
queridas, respetadas, admiradas en todo el mundo desde hace cinco
décadas. Él es uno de los responsables de una revolución cultural,
musical y social más sintomáticas de la segunda mitad del siglo XX. Es,
al fin y al cabo, el que inspiró a todos esos otros músicos de distintas
partes del mundo que veneramos.
Su grandeza y su encanto, sin embargo, trascienden su
leyenda. Paul hace las veces de amable anfitrión, y nos arenga, desde
el primer minuto, para que el Estadio sea una fiesta. Cumple a la
perfección con lo que podríamos entender como esa liturgia demagógica
que impera en el rock de estadios. Pero en este caso lo trasciende todo,
porque el tipo que está chapuceando en un castellano leído,
es tan pero tan grande, que sólo podemos rendirnos ante su humildad y su
grandeza. Nombra a Uruguay unas diez o quince veces a lo largo del
show, y nos regala momentos memorables cuando dice "¡Suarez!",
celebrando la performance del delantero uruguayo Luis Suarez (que acaba
de llevar al Liverpool a la final de la copa de Inglaterra), y cuando
anuncia que en Maldonado y Rivera están viendo el show en directo (igual
que en Montevideo, las intendencias montaron pantallas gigantes).
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En el escenario hay tres pantallas gigantes de leds,
que proyectan la filmación del show en tiempo real y clips para la
mayoría de las canciones, pero lo que sostiene al show es lo
impecablemente bien que suena la banda en vivo. Paul al centro, siempre
en acción, yendo del bajo a la guitarra, y de la guitarra al piano, y
del piano a la mandolina, y de la mandolina al ukelele. Y cuando agarra
el ukelele, entre tanto paso de arenga y de comedia, comenta casi al
pasar que ahora hay mucha gente que toca el ukelele, pero que el que
empezó a tocar el ukelele fue su amigo George Harrison, y que él también
tenía un ukelele y un día fue con su ukelele a la casa de George, y que
le dijo que se había aprendido una de sus canciones en el ukelele, y
entonces George y Paul tocaron juntos esta canción que él ahora nos va a
cantar con ese ukelele. Y lo que suena es "Something". Y lo que rueda
por todas nuestras mejillas son lágrimas.
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La noche está estrellada y en el Centenario tiritan
los celulares alzados que parecen reflejar las estrellas del cielo a la
enésima potencia, mientras Paul McCartney, sentado al piano, canta "Let
It Be". Y es uno de esos momentos que todos los que estamos ahí vamos a
guardar y atesorar para siempre. Macca, por cierto, no escatima en
clásicos Beatles. Ya nos hizo comprobar el efecto instantáneamente
lacrimógeno que provoca "All My Loving": basta con escuchar, apenas, los
primeros tres segundos para que nos inunden las lágrimas, producto de
una energía inexplicable comparable, por ejemplo, al final de El gran pez.
Pero la seguidilla de clásicos con el set de pirotecnia de "Live and
Let Die", el coro multitudinario de "Hey Jude", "Lady Madonna" (con un
clip que repasa a las mujeres más emblemáticas del siglo XX, de la Madre
Teresa de Calcuta a Eva Perón, de Frida Kahlo a Audrey Hepburn, de
Billie Holiday y Ella Fitzgerald a Marilyn Monroe y Lady Di), el riff
inigualable de "Day Tripper", la potencia de "Get Back", el aura
intimista de "Yesterday" y la explosión de "Helter Skelter" es
inigualable. Suena tonto dicho así, porque en verdad, casi podríamos
sintentizar la historia del rock con ese puñado de canciones. Pero, en
verdad, después de un show de esta magnitud, cualquier idea queda
reducida.
Es que el show que propone McCartney es el mejor show
posible porque es inigualable. Por su universalidad, por el ascendente
que tiene su música en el resto de las músicas que escuchamos todos los
días, por la perfección de las melodías y por el modo en que las
llevamos bajo la piel. Pero, fundamentalmente, porque lo hace todo con
un elevadísimo nivel de perfección, de belleza, de felicidad, y de
liviandad. Nos saca el peso de saber que estamos viendo a una leyenda.
Se muestra amable y generoso con sus músicos, sesionistas superlativos
que tienen uno de los mejores trabajos con los que puede soñar un
músico. Es un ensamble perfecto, que podría parecer austero, pero
funciona a todo nivel, con una notable capacidad para asimilar y evocar
los sonidos de cada etapa de la carrera de Sir Paul, a quien acompañan
desde hace una década. [La formación: Rusty Anderson, guitarra y coros;
Paul Dickens, teclados; Brian Ray, guitarra, bajo y coros; Abe Laboriel
Jr., batería, percusión y coros].
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Se encienden las luces del estadio y el sueño se
termina, pero instantáneamente se abre el próximo porque Paul se despide
diciendo "Muchas gracias, Uruguay. ¡nos vemos la próxima!". Y esa
lluvia de papelitos que son lanzados desde el escenario hacia la más VIP
de todas las plateas se queda flotando en el aire provoca un poco de
melancolía.
Son casi tres horas de show que fluye en un caudal de
canciones, y que se evapora en un instante. La duda final es,
simplemente, cuántas veces podríamos ver a Paul en vivo sin que pierda
la magia. La respuesta, sospechamos infinita, queda flotando en el aire
de Montevideo, por esta noche al menos, la ciudad más beatle del mundo.
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Sabemos que el clima se va a recrear y que la segunda vez no será menos que la primera, sino, por el contrario, un acrecentamiento de aquellas emociones. Y para nosotros, que pasamos la mitad de la cincuentena, esa sensibilidad está a flor de piel y vigente, pero también lo está para los que nos llevan algunos años y aquellos que son mucho más jóvenes que nosotros. Esa es la verdadera magia.
Hasta pronto
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